Museos en la CIudad de México
Yael Alcantara
LOS NACIONALES ¿Y LOS NO TANTO?
País
de contrastes
El
tiempo, imparable por naturaleza, convierte a la humanidad en espectadora
inconsciente de manera continua, y un lugar tan complejo en sucesos como la
Ciudad de México sólo podía resguardar su multidimensional memoria con la
aparición museos.
Enormes
inmuebles como símbolo nacional, o del otro lado, cuartos escondidos en
segundos pisos a lo largo de la ciudad. Se trata de una simbiosis contrastante que
funge como pequeña ventana a la comprensión de la segunda ciudad con más museos
en el mundo, precedida únicamente (según Architectural Digest México y
Latinoamérica) por la capital inglesa, Londres.
La máxima metrópoli mexicana tiene como figuras icónicas algunos museos considerados, o entendidos por turistas nacionales e internacionales como referentes obligados, entre ellos están el Museo Nacional de Historia (Castillo de Chapultepec), el Museo Nacional de Antropología, o para los seguidores de la escultura y pintura, el Museo Nacional de Arte (MUNAL).
Pero,
pensando por ejemplo en el Museo del Juguete Antiguo Mexicano (MUJAM) o el Muso
del Calzado El Borceguí (del zapato), ¿qué sucede con el acervo de información
fuera de la visita turística obligada?
¿Eso
existe?
Asistir
a los más de 170 museos y 43 galerías en la Ciudad de México es una tarea
irrealizable, pues no debe dejarse de lado que muchos de estos continúan
apareciendo y desapareciendo en la anatomía citadina día con día. Por mencionar
dos ejemplificaciones, está el reciente florecer del MUFO, así como el cierre prepandémico
del Museo del Tatuaje.
Aquel
espectro cambiante de apariciones y desapariciones en la urbe conlleva al
planteamiento que muchos se hacen para sí mismos cuando escuchan la
tangibilidad de un museo del zapato: “¿Eso existe?”.
Ahora,
también parece injusto analogar en México la relevancia cultural de aspectos
moldeadores de su identidad contra las consecuencias de esa cosmovisión
retratada en sus hábitos cotidianos, como sus juguetes o cocina. Como plantea
Karen Reyes, bailaora con formación en el INBA, parece haber una predilección
por minimizar el resguardo informativo de aquello que deviene de los oficios,
privilegiando en espacios y difusión lo vinculado a esferas de alta élite
política y económica, como lo pueden ser las artes clásicas.
La
intención de cualquier museo, de acuerdo con la organización EVE, debe
ser, “a partir de la exhibición del patrimonio y de los objetos, promover
el aprendizaje sensorial y perceptivo, estimulando la curiosidad y el interés
por las cosas en el visitante” (2018).
Dicha
perspectiva, cercana a la meta del museo, resulta contrastada con la percepción
de los visitantes promedio, que afirman la misión de este tipo recintos en
preservar los recuerdos. Y resulta dispar porque preservar el conocimiento y
evitar su muerte no es equivalente a adquisición de aprendizaje que pueda ser
aplicable fuera del ámbito académico
Los nacionales vs ¿los no nacionales?
Para este apartado se materializa la duda planteada con la comparación entre 6 museos agrupados en 2 conjuntos:
Nacionales |
¿No
nacionales? |
Museo
Nacional de Antropología e Historia |
Museo
del Juguete Antiguo Mexicano |
Museo
Nacional de Historia |
Museo
del Calzado El Borceguí |
Museo
Nacional de Arte |
Museo,
Galería Nuestra Cocina Duque de Herdez |
El
título de “Nacional” no únicamente refiere a que se trata de cuestiones del
país propio, sino que, así como el lenguaje es poderoso, magnifica su sentido,
pareciendo minimizar aquellos otros que no gozan de la denominación reconocida
por el país, pero no se trata de una cuestión arbitraria la selección del
título.
La
diferencia más elemental en la administración, superficie métrica, información
contenida, órganos participantes, personal trabajador, reconocimiento popular y
la aceptación de estos puede rastrearse a partir del factor económico, y el
apoyo gubernamental-institucional ofrecido al mantenimiento de los museos.
Si
bien puede haber incentivos gubernamentales a particulares por su loable acción
filantrópica (como se define la Fundación Herdez a sí misma, aunque con algunos
matices sospechosos), la atención y recursos destinados estatalmente extensiones
directas del gobierno como el INAH o la Secretaría de Cultura, no son
comparables.
Tan
sólo hace falta mirar a la zapatería de El Borceguí, que con más de 150 años de
existencia decidió abrir el museo de El Calzado en 1991, todo orquestado de
manera independiente (y un tanto desatendida) como gesto de honra al fundador,
mientras que, en su contraparte, otros museos de grandes construcciones
planeadas y llevadas a cabo desde el Estado presumen un mayor impulso por parte
de empresas como Televisa, Banorte, Banco Azteca, Grupo Salinas, Samsung, IBM
México, etcétera.
“No lo sé”.
Independientemente
de si se tiene un grupo enorme de apoyo detrás, tal cual sucede con los grandes
museos “Nacionales” o con algunos privados específicos como la representación
material de la fortuna plutócrata de Carlos Slim, el Soumaya; hay un problema
alrededor de los objetivos planteados en la construcción del museo y la
presentación de sus obras, fallos de curaduría o de concepción sobre el porqué
del museo mismo.
En el
caso del museo del zapato, aunque los visitantes agradecen su gratuidad para
conocer modelos exóticos o usados por personajes célebres de la cultura popular
mexicana, también existe la constante cuestión del no saber los porqués, ya sea
por un personal administrativo que se disgusta al recibir visitantes que
interrumpen sus llamadas telefónicas, o por la presentación de innumerables
reconocimientos a la zapatería sin explicación de sus contextos.
Respecto
del MUJAM y de la Fundación Herdez, estas sí solicitan pago de ingreso al
público general con cuotas de $50 y $20 respectivamente (aún distantes a la de
los “Nacionales”, que ronda los $80 para el público general, pues para una
serie de personas como estudiantes o personas de edad mayor pasan
gratuitamente), datos que sumados a algunos protocolos de visitas no se han actualizado
en sus plataformas digitales.
De
cualquier manera, los cobros no justifican la resolución de porqués, aunque la
infraestructura destinada a las colecciones sostenidas claramente goza de mejor
cuidado en la atención y la experiencia al asistir. Es perceptible por los
asistentes que Carmen Robles de Fundación Herdez y Roberto Símica del MUJAM han
puesto empleo en crear una experiencia interactiva y no sólo expositiva.
La
cuestión del costo resulta destacable porque la perspectiva visitante de falta
contextual y de atención en El Museo del Calzado fue justificada por los
asistentes debido a su gratuidad, pero si la implementación de costo no trae
consigo estas mejoras, tal vez un mayor apoyo gubernamental e impulsión
informativa-económica por parte de órganos dedicados a la cultura sea necesaria
para alzar el estatus de los museos que no gozan del título “Nacional”, ni son
puntos obligados de visita según Google, medio empleado según el testimonio de
varios turistas para decidir sus rutas de viaje en la capital.
Incluso
cuando se trata de museos de reconocimiento indiscutible nacional, la falla
contextual y de atención por visitas guiadas que el mismo museo provee, son características
de queja por los asistentes, quienes piensan “No sé mucho de arte, pero lo
disfruto” o en el caso de extranjeros “Me gustaría que hubiera más información
en inglés para poder entender”.
Se trata de un error de cuestión general
en los museos. El asumir al asistente como conocedor en lo que se muestra
desemboca en numerosas visitas obligadas por estudiantes que no abandonan la
superficialidad del “fui para la foto”, o de reflexiones temerosas que por
miedo a una espiral de silencio en materia de cultura mejor terminan en un “No
lo sé”.
Modificar el paisaje
Este
museo es más importante que este otro. ¿Según qué criterios? ¿Según quiénes?
¿Es que todo es subjetivo como se excusan los argumentadores sin respuestas?
Que
Google recomiende un lugar como sitio de visita claramente habla de un flujo
importante de personas que asisten a zonas específicas en una ciudad, y el
tráfico de personas -más de extranjeros cuya divisa suele ser mejor frente al
peso mexicano- modifica el escenario ambiental que se sitúa alrededor de los
lugares recomendados. En este caso, el Castillo de Chapultepec es gran ejemplo
de dicha situación, pues a través de la perspectiva de una guía particular,
busca que haya más “gringos (…) porque no le cobro lo mismo que a un nacional”,
asegura la certificada por la Secretaría de Turismo
Una
arquitecta egresada de la UNAM llamada Carol también menciona la importancia de
los museos como un espacio que desde su elección (por ejemplo el caso del MUNAL
que era inicialmente el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas), interactúan
con el espacio y sí modifican la afluencia y vida externa, pero igualmente reconfiguran
los lugares, estableciendo una relación particular con el visitante, ocasionando
que no solo se entre al museo, sino que se “deja que el museo sea parte de
uno”.
¿Qué
importa?
Jerarquizar
según su importancia a distintos museos esparcidos en la metrópolis puede
parecer injusto, pues sus condiciones de aparición, mantenimiento, tamaño e
historia particular los convierten en lugares únicos, cuya noble intención de
preservar la historia con fines de reutilizarla no se modifica, o al menos no
debería hacerlo.
El
surgimiento de museos no debería ser publicidad de una empresa que se denomina
socialmente responsable y mucho menos publicidad comercial. En todo caso, que
se trate de publicidad natural e inintencionada, efecto de la urbe misma, que
no pueda evitar ser punto de coyuntura cultural e histórica, porque eso es la
Ciudad de México: un lugar de contrastes y contradicciones, de cambio continuo
y de preservación simultánea, de polos que se atraen y se repelen. Y siempre
que pueda estudiarse a esta a través de su memoria para comprenderla, su
esencia vivirá.
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